Arte poética y teoría literaria.
Reflexiones sobre la literatura, sus hacedores y los procesos de creación literaria.

abril 10, 2013

Prosa y verso: usos y limitaciones

No se puede cambiar el mundo desde un poema. La principal limitación del texto en verso es su temporalidad, su carácter efímero y de corto plazo. El lector puede conmoverse con un poema ─llegando incluso hasta las lágrimas─ y quince minutos después estar disfrutando de un evento deportivo sin el menor recuerdo de su emoción anterior.
La poesía es un género discursivo propiamente lírica, sentimental, que conlleva la finalidad de transmitir un sentimiento, una emoción, más que una idea.
Las emociones funcionan en plazos de tiempos mucho menores que la idea. Cada sensación, cada sentimiento, es válido para un período de tiempo relativamente breve (más o menos largo dependiendo de los estímulos de los que dependa) y altamente dependiente del estímulo y el contexto que lo haya generado.
El sentimiento posee un grado de caducidad excesivamente rápido mientras que la idea, en cambio, puede mantenerse en plazos de tiempo mayores.
Cuando el lector se enfrenta a un volumen de poemas logrará encontrar en ellos ciertas emociones que, presumiblemente, irán caducando a medida que se avanza en la lectura. Puede decirse que cada poema anula el sentimiento generado por el poema anterior. Con suerte, el último poema del volumen, logrará una emoción mayor, más duradera, que pronto se apagará cuando el lector vuelva a sus tareas habituales y su mente se distraiga de la lectura.
El sentimiento depende, inevitablemente, del estímulo que lo ha generado. Y esto no es tampoco garantía de durabilidad: el mismo estímulo puede no ser tan eficaz la segunda o tercera vez y el mismo poema que nos hizo lagrimear en la primer lectura, quizás ya no nos conmueva en lecturas posteriores. El sentimiento se agota, muchas veces, en sí mismo y en su propia repetición.
Mientras la poesía es de carácter lírico, sentimental, la prosa es de carácter intelectual. A través de un texto en prosa se transmite una idea.
La idea es más duradera que el sentimiento; a veces una idea puede durar para toda la vida. Por esta razón es que un texto en prosa ─aun cuando se lo pueda adjetivar como texto “poético”─ tenga en el lector un efecto mucho más duradero que el de los textos en verso. Podrá el lector distraerse de ciertas ideas que acaba de leer al terminar un libro pero las ideas quedarán, aun suspendidas y silenciosas, en su mente.
La emoción causada por un poema es breve, mientras que el convencimiento de una idea puede alcanzar extensiones de tiempo sin duda mayores.
Mientras que la emoción es íntima y personal y dependerá exclusivamente de factores personales, la idea tiene un carácter más social, universal, que le permite adaptarse sin problemas a un conjunto más variado de situaciones personales. Por diferentes causas personales un grupo de individuos diferentes pueden aceptar como válidas ciertas ideas comunes.
Bastará con revisar la historia del pensamiento para encontrar cada poeta ha sido origen de una poética propia. Sin embargo, en el plano ensayístico, las ideas mutan de forma más lenta y, todavía hoy, podemos citar ensayos políticos o filosóficos de hace cuatro siglos, o más, para tratar los temas de nuestro propio tiempo.
Cuando alguien conmueve lo hace por un tiempo breve, mientras que alguien que convence de una idea, puede hacerlo para toda la vida.
A esto se debe, por poner un ejemplo, el origen de ciertas instituciones religiosas: cada experiencia religiosa capaz de conmover debe ser convertida en una idea, un concepto abstracto capaz de convencer para dar durabilidad a la experiencia. Así, el amor, un sentimiento, es convertido a través del matrimonio en una idea. Los amantes se casan y refuerzan el sentimiento con una idea ─con un concepto social, no personal─ con el fin de garantizar la durabilidad de algo que, de por sí, podría durar escaso tiempo. A partir de la devaluación de las instituciones religiosas, y específicamente del matrimonio, el “para toda la vida” se ha convertido, prácticamente, en un mito urbano.
Contrariamente al sentimiento, la idea es mucho más durable. Para la eliminación de una idea es necesaria otra idea que la supere o, al menos, una idea diferente con la que no pueda coexistir esa idea anterior. El ateísmo, por ejemplo, puede convencernos de la inexistencia de dios mediante la formulación de argumentos racionales o, como sucede con comunismo, simplemente convencernos de un orden humano donde el concepto de divinidad no encaja.
Es a través de las ideas, no de los sentimientos, como se instalan y se transforman los procesos históricos. Los grandes cambios en la mentalidad de las masas no se generan desde la poesía sino desde la prosa. En todo caso, la poesía “revolucionaria” podrá funcionar como un refuerzo ─sin duda necesario─ de las ideas. Mientras el texto en prosa convence, la poesía apela a las emociones necesarias para el convencimiento. Esto bien podría entenderse como el principio de la retórica: convencer de una idea apelando al uso de las emociones.
En este sentido, la neurobiología ha demostrado que, a pesar de la tremenda evolución del cerebro humano, las grandes decisiones se toman en su parte más primitiva: la parte animal que controla los instintos y las emociones. Esto es bien conocido y usado por todo aquel que necesite convencernos de algo: políticos, vendedores, etc. y fácil de ver en nuestra vida cotidiana de discursos políticos y propagandas de todo tipo de cosas.
Pero esto no significa que el sentimiento sea capaz de convencer. Solo significa que a través de las emociones es que el ser humano decide. La idea, finalmente, será aceptada en mayor o menor medida en cuanto mejor se adapte a las emociones particulares de cada uno. Es apelando a emociones que la idea logra mayor o menor aceptación, pero sigue siendo una idea, y no un sentimiento, lo que el individuo termina aceptando.
El sentimiento pasa a un segundo lugar una vez aceptada la idea. Fue, en el proceso de convencernos de algo, un medio y no el fin. Las emociones son la herramienta que utiliza el autor para generar en el lector el grado suficiente de simpatía con determinada idea.
Para el escritor que busca transmitir una idea, la escritura en verso será una herramienta ciertamente eficaz para crear una situación emocional adecuada. Debilitar al lector, hacerlo bajar las defensas. Pero de ninguna manera la escritura en verso podrá dar más que eso. El poema desnudará al lector, lo debilitará por un corto lapso de tiempo durante el cual el escritor tendrá que dar su golpe a través de una idea bien desarrollada.
No puede esperarse de la escritura en verso un efecto duradero en el lector, por definición, sentimental, efímera. Aun cuando se hable de poesía “intelectual”, cuando se escriba en el poema una idea, la poesía es una forma literaria lírica por definición. Es a través de la prosa que se inculcan las ideas y se las hace duraderas.
El escritor que pretenda generar un cambio real en la mentalidad de los hombres deberá entenderse a sí mismo como un prosista y desistir del efímero encanto de las emociones. O habitar con extremada habilidad ─algo que no se ve con frecuencia─ esa frontera entre la poesía y la prosa poética donde la prosa ilustrada e intelectual se encuentra con la poesía sin versos.
La tarea del escritor comprometido requiere un alto grado de reflexión sobre cuestiones técnicas que lo ayuden en su propósito.   Debe conocer, a través del estudio pero también de la reflexión propia, las muchas formas de escribir un mismo texto y las ventajas y desventajas de cada una de ellas. Y escoger sabiamente la forma que mejor le va a cada producción que se proponga.




© Sebastian Zampatti
10/04/2013