No se puede
cambiar el mundo desde un poema. La principal limitación del texto en verso es
su temporalidad, su carácter efímero y de corto plazo. El lector puede
conmoverse con un poema ─llegando incluso hasta las lágrimas─ y quince minutos
después estar disfrutando de un evento deportivo sin el menor recuerdo de su
emoción anterior.
La poesía es
un género discursivo propiamente lírica, sentimental, que conlleva la finalidad
de transmitir un sentimiento, una emoción, más que una idea.
Las
emociones funcionan en plazos de tiempos mucho menores que la idea. Cada
sensación, cada sentimiento, es válido para un período de tiempo relativamente
breve (más o menos largo dependiendo de los estímulos de los que dependa) y
altamente dependiente del estímulo y el contexto que lo haya generado.
El
sentimiento posee un grado de caducidad excesivamente rápido mientras que la
idea, en cambio, puede mantenerse en plazos de tiempo mayores.
Cuando el
lector se enfrenta a un volumen de poemas logrará encontrar en ellos ciertas
emociones que, presumiblemente, irán caducando a medida que se avanza en la
lectura. Puede decirse que cada poema anula el sentimiento generado por el
poema anterior. Con suerte, el último poema del volumen, logrará una emoción
mayor, más duradera, que pronto se apagará cuando el lector vuelva a sus tareas
habituales y su mente se distraiga de la lectura.
El sentimiento
depende, inevitablemente, del estímulo que lo ha generado. Y esto no es tampoco
garantía de durabilidad: el mismo estímulo puede no ser tan eficaz la segunda o
tercera vez y el mismo poema que nos hizo lagrimear en la primer lectura,
quizás ya no nos conmueva en lecturas posteriores. El sentimiento se agota,
muchas veces, en sí mismo y en su propia repetición.
Mientras la
poesía es de carácter lírico, sentimental, la prosa es de carácter intelectual.
A través de un texto en prosa se transmite una idea.
La idea es más
duradera que el sentimiento; a veces una idea puede durar para toda la vida. Por
esta razón es que un texto en prosa ─aun cuando se lo pueda adjetivar como texto
“poético”─ tenga en el lector un efecto mucho más duradero que el de los textos
en verso. Podrá el lector distraerse de ciertas ideas que acaba de leer al terminar
un libro pero las ideas quedarán, aun suspendidas y silenciosas, en su mente.
La emoción
causada por un poema es breve, mientras que el convencimiento de una idea puede
alcanzar extensiones de tiempo sin duda mayores.
Mientras que
la emoción es íntima y personal y dependerá exclusivamente de factores
personales, la idea tiene un carácter más social, universal, que le permite
adaptarse sin problemas a un conjunto más variado de situaciones personales. Por
diferentes causas personales un grupo de individuos diferentes pueden aceptar
como válidas ciertas ideas comunes.
Bastará con
revisar la historia del pensamiento para encontrar cada poeta ha sido origen de
una poética propia. Sin embargo, en el plano ensayístico, las ideas mutan de
forma más lenta y, todavía hoy, podemos citar ensayos políticos o filosóficos
de hace cuatro siglos, o más, para tratar los temas de nuestro propio tiempo.
Cuando
alguien conmueve lo hace por un tiempo breve, mientras que alguien que convence
de una idea, puede hacerlo para toda la vida.
A esto se
debe, por poner un ejemplo, el origen de ciertas instituciones religiosas: cada
experiencia religiosa capaz de conmover debe ser convertida en una idea, un
concepto abstracto capaz de convencer para dar durabilidad a la experiencia.
Así, el amor, un sentimiento, es convertido a través del matrimonio en una
idea. Los amantes se casan y refuerzan el sentimiento con una idea ─con un
concepto social, no personal─ con el fin de garantizar la durabilidad de algo
que, de por sí, podría durar escaso tiempo. A partir de la devaluación de las instituciones
religiosas, y específicamente del matrimonio, el “para toda la vida” se ha
convertido, prácticamente, en un mito urbano.
Contrariamente
al sentimiento, la idea es mucho más durable. Para la eliminación de una idea
es necesaria otra idea que la supere o, al menos, una idea diferente con la que
no pueda coexistir esa idea anterior. El ateísmo, por ejemplo, puede
convencernos de la inexistencia de dios mediante la formulación de argumentos
racionales o, como sucede con comunismo, simplemente convencernos de un orden humano
donde el concepto de divinidad no encaja.
Es a través de
las ideas, no de los sentimientos, como se instalan y se transforman los
procesos históricos. Los grandes cambios en la mentalidad de las masas no se
generan desde la poesía sino desde la prosa. En todo caso, la poesía “revolucionaria”
podrá funcionar como un refuerzo ─sin duda necesario─ de las ideas. Mientras el
texto en prosa convence, la poesía apela a las emociones necesarias para el
convencimiento. Esto bien podría entenderse como el principio de la retórica:
convencer de una idea apelando al uso de las emociones.
En este
sentido, la neurobiología ha demostrado que, a pesar de la tremenda evolución
del cerebro humano, las grandes decisiones se toman en su parte más primitiva:
la parte animal que controla los instintos y las emociones. Esto es bien
conocido y usado por todo aquel que necesite convencernos de algo: políticos, vendedores,
etc. y fácil de ver en nuestra vida cotidiana de discursos políticos y propagandas
de todo tipo de cosas.
Pero esto no
significa que el sentimiento sea capaz de convencer. Solo significa que a
través de las emociones es que el ser humano decide. La idea, finalmente, será
aceptada en mayor o menor medida en cuanto mejor se adapte a las emociones particulares
de cada uno. Es apelando a emociones que la idea logra mayor o menor
aceptación, pero sigue siendo una idea, y no un sentimiento, lo que el
individuo termina aceptando.
El sentimiento
pasa a un segundo lugar una vez aceptada la idea. Fue, en el proceso de
convencernos de algo, un medio y no el fin. Las emociones son la herramienta que
utiliza el autor para generar en el lector el grado suficiente de simpatía con
determinada idea.
Para el
escritor que busca transmitir una idea, la escritura en verso será una herramienta
ciertamente eficaz para crear una situación emocional adecuada. Debilitar al lector,
hacerlo bajar las defensas. Pero de ninguna manera la escritura en verso podrá
dar más que eso. El poema desnudará al lector, lo debilitará por un corto lapso
de tiempo durante el cual el escritor tendrá que dar su golpe a través de una
idea bien desarrollada.
No puede
esperarse de la escritura en verso un efecto duradero en el lector, por
definición, sentimental, efímera. Aun cuando se hable de poesía “intelectual”, cuando
se escriba en el poema una idea, la poesía es una forma literaria lírica por
definición. Es a través de la prosa que se inculcan las ideas y se las hace
duraderas.
El escritor
que pretenda generar un cambio real en la mentalidad de los hombres deberá entenderse
a sí mismo como un prosista y desistir del efímero encanto de las emociones. O
habitar con extremada habilidad ─algo que no se ve con frecuencia─ esa frontera
entre la poesía y la prosa poética donde la prosa ilustrada e intelectual se
encuentra con la poesía sin versos.
La tarea del
escritor comprometido requiere un alto grado de reflexión sobre cuestiones
técnicas que lo ayuden en su propósito. Debe conocer, a través del estudio pero también
de la reflexión propia, las muchas formas de escribir un mismo texto y las
ventajas y desventajas de cada una de ellas. Y escoger sabiamente la forma que
mejor le va a cada producción que se proponga.
© Sebastian Zampatti
10/04/2013
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